*EL BARRIO NO ES MISERIA*

Por Paola Mendez- Socióloga y voluntaria del Centro de Estudios e Investigación para el Desarrollo Municipal (CEINDEM).
Durante años, hemos aceptado sin cuestionar una imagen distorsionada del barrio. Se le asocia con delincuencia, pobreza, desorden y violencia. Se le mira desde afuera como un espacio donde todo falta. Pero quienes hemos investigado, trabajado y vivido en contacto directo con estas comunidades, sabemos que el barrio no es miseria: es un lugar de resistencia, solidaridad y creatividad.
Hace unas semanas, desde el Centro de Estudios en Investigación para el Desarrollo Municipal (CEINDEM), realizamos un recorrido por sectores como Capotillo, La Zurza, Villas Agrícolas, Villa Juana, el Barrio 27 de febrero, entre otros. Pero esta no ha sido la única vez. A principios de año también estuvimos en distintos pueblos del país, sobre todo en provincias del sur, para entender por qué tantas personas del campo terminan emigrando hacia la ciudad. Lo que vimos es que mucha gente se ve obligada a dejar sus comunidades por falta de oportunidades, y eso explica en parte los problemas que enfrentan hoy los barrios, sobre todo los de la capital. Porque lo que pasa allá, en el campo, termina afectando lo que pasa aquí, en la ciudad. Aunque existen muchos informes y estudios sobre estas realidades, estar allí cambia por completo la forma en que uno las entiende. Ver con los propios ojos lo que vive la gente cada día impacta de verdad. A mí me conmovió especialmente ver cómo, aun sin la presencia constante del Estado, las personas siguen luchando, sosteniendo sus vidas y conviviendo con dignidad.
Hay un discurso peligroso que insiste en pintar al barrio como el problema. Se le criminaliza, se le señala, se le margina. Pero pocas veces se le escucha o se le reconoce.
“Ete’ barrio funciona porque la gente no se rinde”, nos comunicó un comunitario. Según él, indirectamente se han creado redes locales de apoyo que suplen las carencias dejadas por el Estado en la formulación de políticas públicas dirigidas a estos sectores. Desde una mirada sociológica, esto rompe con la lógica tradicional que coloca a estas comunidades únicamente como receptoras de ayuda. Lo que hay allí es joseo, es política desde abajo. Desde juntas de vecinos hasta clubes culturales y deportivos, hay una red que gestiona desde el acceso al agua hasta el cuidado de los más vulnerables. Y todo esto ocurre en medio de estigmas crueles que siguen asociando la palabra “barrio” con delincuencia o incapacidad.
Si realmente apostamos por un país más justo, tenemos que empezar a ver a estos territorios como lo que son: espacios de vida, de lucha, de cultura y de sueños. El desarrollo no puede seguir siendo un privilegio al que solo accede una parte privilegiada. Debe ser un derecho para todos. Las políticas públicas deben construirse con y desde el barrio. Porque nadie conoce mejor lo que necesita una comunidad que quienes viven en ella.
En lugar de seguir reproduciendo estigmas sobre el barrio, debemos promover su cultura y valores. En los barrios se viven códigos de lealtad, respeto, solidaridad, compromiso, responsabilidad, esfuerzo, sacrificio y, sobre todo, persistencia. A pesar de los constantes golpes de una sociedad que muchas veces los margina, su capacidad de resistencia les permite avanzar, progresar y convertirse en ejemplos reales de desarrollo. El verdadero modelo de éxito que hay que promover no es el de quienes, aun naciendo en la fortuna, quieren seguir haciendo fortuna, sino el de quienes, habiendo mordido el polvo, lo transformaron en oportunidades y crecimiento.
Después de estar allí, de hablar con las mujeres, con los jóvenes, con los líderes comunitarios, no puedo escribir sobre “el barrio” sin decir algo claro: el barrio no es un lugar de miseria, es un lugar de resistencia.